El nuevo arte forense no existiría sin la ayuda de
Jenaro Mejía Kintana. Él fue el ilustrador de mi libro “Apología de la Ternura”
con el que intenté inaugurar esta nueva línea de trabajo pero, más que eso, fue
la inspiración para encontrar la manera de contar las historias que componen el
libro y lo siguió siendo para cada trabajo que he realizado desde entonces. Sus
enseñanzas me llegaron tanto de su obra como de la persona que era. En su obra
encontré a mi país, encontré a Colombia y también a Latinoamérica, encontré la
violencia, encontré la muerte, encontré el miedo y la tristeza, encontré el
dolor, pero también encontré la ternura, el amor, la solidaridad, la amistad,
el compromiso, la alegría y la vida. Podía unir tantas contradicciones por
medio de colores y de líneas que lo decían todo, por medio de materiales que
venían ya impregnados de la tragedia y a la vez de la fuerza para superarla.
Por eso, en Apología, intenté mostrar la ternura en la labor forense, en la
violencia que se evidencia en ella. Jenaro me mostró el camino. La persona lo
hizo al compartir conmigo la alegría y la bondad que siempre supo conservar a
pesar de las dificultades, de haber sido testigo de tantas cosas y de sentir
tanto; me enseñó la humildad, en todo momento y más ante los halagos y los
supuestos triunfos o reconocimientos; me enseñó que se puede ser bueno entre
malos, que se puede ser feliz en medio de la tristeza y de las preocupaciones;
me enseñó El Arte, a sentirlo, a vivirlo, a creer en él y en el colorido y
sustento que le brinda a un mundo que, como él mismo lo dijo, parece
derrumbarse. En su amistad, que era más una hermandad, encontré aliento para
seguir mi camino.
(De la serie: La Sequía. 2007)
(De la serie: Los Andes. 2007)
(De la serie: Banderas: 2008)
Vi a la materia cobrar vida y sentido:
pintaba en las tablas que habían pertenecido a las camas, puertas y ventanas de
gente asesinada y en las cajas de cartón usadas para transportar el banano que
tanta violencia ha generado en Colombia y en América; utilizaba como pigmento
la tierra de diversos lugares de nuestra geografía y sabía recrear con ella ese
espacio y su historia; objetos abandonados, troncos tirados por ahí, alambre de
púas, latas, cables, hilos, telas de los pasacalles de las campañas políticas y
un sinfín de cosas que podrían ser consideradas por algunos como basura, le
servían para crear seres maravillosos, tótems primitivos, instalaciones llenas
de vida, hormigueros, bosques, selvas. Sabía conversar con cada elemento que
pudiera convertirse en parte de su obra y darle el rol que merecía dejando al
descubierto grietas, arrugas (adoraba el papel y entre ellos el Kraft), clavos,
marcas, palabras impresas.
(Niños de la calle. 2007)
Pintaba con brea (Alquitrán), la de las calles, la
del asfalto, con cal, con carbón, con lo que fuera que brindara significado.
También con óleo, vinilo y materiales tradicionales y también lo hacía en
lienzo y también dibujaba y tallaba y esculpía y grababa y escribía…
incansablemente y sin agotarse, es decir, sin repetirse pero con un estilo tan
característico y único como el que sólo grandes artistas logran. Que no se
puede confundir la aparente simpleza que buscaba en sus trabajos con carencias
que no tenía. Su maestría consistía en decir lo que quería en unos pocos
trazos. También en su manejo del color, de los colores, los primarios
(amarillo, azul y rojo) y los que él llamaba primitivos (rojo, negro y blanco),
las tres razas que él decía.
(De la serie: Lugar Común. 2007) (De la serie: Católico, apostólico
y romano. 2008)
Mucho más se puede decir de su trabajo pero no soy
experto en el tema y no quiero divagar ni dejarme llevar por las emociones sin
fin que me llenan con el recuerdo de la pequeña parte que conocí. Pero puedo
seguir un poco más con la persona. Hablar con Jenaro era como sentarse ante un
gran banquete en el que todo es nutritivo: la música que se escucha, el
cigarrillo en los dedos, el café oscuro o la cerveza sobre la mesa, las
noticias que ruedan, los gestos que se regalan, las miradas que se entienden,
las risas estruendosas pero, tal vez más que nada, las palabras dichas y los
sentimientos compartidos. En esa mirada de artista-genio podía uno percibir cómo
en su cabeza se iban elaborando grandes obras de todo lo que fluía en el
ambiente; cómo su sentir exagerado, sobrestimulado por su alma de artista, se
estremecía ante ciertas noticias, ante cierta música, ante ciertas pinturas al
igual que ante otras cosas que podrían parecer nimiedades. Y a la vez, todo lo
que de él provenía era alimento para los presentes. Un gran banquete.
Es por
eso que recuerdo tan bien las conversadas en la tienda “El Andariego”, detrás
del apartamento que habitaba en Palermo, donde, según Jenaro, no servían café
si no aguafé pero se soportaba tan solo por lo bonito que le sonaba ese nombre:
El Andariego. Por eso recuerdo cada que puedo el viaje al páramo de Sumapaz con
Juan Gil, a un trueque con los habitantes de la zona (casi incomunicados por los
grupos armados) al que Jenaro llevó unas postales y unos grabados y Juan llevó
unos libros suyos que nadie quiso (ni las postales, ni los libros porque en
esos lugares alejados de la mano de dios nadie enseña para qué sirve un libro o
una pintura) y que guardaron con orgullo antes de que todo finalizara para
tener tiempo de ir a oler los frailejones, recoger tierra morada del suelo,
palpar la humedad en el musgo, oír silbar el viento del páramo y susurrar las
bellezas de ese lugar de suma paz que era Sumapaz.
(Vírgenes de Bojayá. 2002)
Jenaro fue en sí mismo una obra de arte con su
carita de hombre trabajador, con su pelo negro, crespo y denso, con sus ojos
siempre inocentes, nunca manchados de la más mínima sombra de mezquindad, con
su eterno bigote enmarcando la boca en cada gesto, con su pinta humilde que
exhibía con el mismo orgullo aquí o en Francia, con su bata manchada de
pintura, con su mochila guajira terciada, con su hablar siseado, paisa, con su
risa y el ligero olor a leña que emanaba de él en los abrazos innúmeros que nos
regalamos, en lo entregado que era con las personas, con los amigos, pero a la
vez su capacidad de conservar y defender su soledad para poder trabajar; en su
imaginación prodigiosa, en su capacidad para percibir la belleza donde pocos la
ven y en su talento que aún me asombra. Su obra queda como selva virgen en un
planeta cada vez más desértico pero su ausencia aumentará la sequía y la obra
que dejó sin hacer será como miles de hectáreas que se quedan sin reforestar.
Por todo lo anterior, no habría Nuevo Arte Forense
sin Jenaro Mejía Kintana y por eso hoy quisiera darme el atrevimiento de
otorgarle el título de cofundador de esta línea de trabajo, de este blog y de
todo lo que ha surgido de ello.
A mi hermano Jenarito, con toda la tristeza y el
cariño.
Cajicá. Enero 28 de 2015.
(De la serie: La sed eterna. 2014)
Pdt: Aún nos debemos una página más completa con la obra de Jenaro Mejia Kintana, pero por lo pronto aquí está su blog y dos videos de youtube que hablan de su trabajo:
Si supieras Genaro Mejia, cuanto papel se nos quedo en blanco para completar de escribir nuestra historia....año 1974--1975....................
ResponderEliminarTu y yo, protagonistas de una telenovela de corin tellado.
Tu y yo, nuestra historia, nuestros recuerdos de aquel amor limpio e inocente.....que aunque no lo crean muchos, solo tu y yo supimos la verdad..............te fuiste llevandote los recuerdos que tambien estan en mi memoria..............con el tiempo te convertiste en mi refente de lucha por conseguir nuestros sueños, aunque con caminos diferentes, eramos paralelos en la lucha, en el tezon por no desfallecer frente a lo que nos proponiamos, Dios que es el que da la vida y la puede quitar, te permitio realizar tu sueño de exponer tus pinturas en Europa, la europa soñada por muchos....pero que solo consiguen los que luchan y no claudican aunque vean sus sueños frustrados...............espero en el sendero de la vida....paz en tu tumba, donde solo escucharas los sonidos del silencio